4 de agosto de 2013

EL ABAD, EL RABINO Y EL MESÍAS

 Érase un  monasterio, que a criterio de sus habitantes se encontraba en graves dificultades. La orden, muy poderosa en otros tiempos, había perdido sus abadías y a sus miembros, quedando reducida tan solo a una casa matriz con cinco monjes: el abad y cuatro hermanos. Estaba  al borde de la extinción.
En el bosque que rodeaba al monasterio había una ermita, que el rabino del pueblo vecino solía utilizar como un lugar de retiro. En cierta ocasión, mientras meditaba desemperanzado sobre el futuro de la orden, el abad tuvo la idea de visitar la choza y pedirle al rabino algún consejo que le permitiera salvar el monasterio.

El rabino recibió al abad con alegría, pero cuando este le comentó el motivo de su visita, solo pudo ofrecerle su comprensión. - Conozco el problema – dijo – la gente ha perdido su espiritualidad; lo mismo sucede en la ciudad y muy pocos viene ya a la sinagoga.
Los dos sabios ancianos lloraron juntos, luego leyeron pasajes de la Biblia y conversaron sobre cuestiones profundas y sobre lo maravillosos de haberse conocido. Finalmente el abad, teniendo que partir, preguntó: ¿No hay nada que pueda decirme? ¿Ningún consejo para salvar a mi orden?
Lamentablemente no – respondió el rabino – no tengo consejos para darle. Después de un instante de silencio - Sólo puedo decirle una cosa: que el Mesías es uno de ustedes.
Cuando el abad llegó al monasterio, los hermanos lo rodearon y preguntaron qué había dicho el anciano: – No pudo ayudarme, lloramos juntos y leímos las Sagradas Escrituras…solamente al despedirnos con un abrazo, dijo algo extraño que no comprendí dijo: que el Mesías es uno de nosotros.
Durante los meses siguientes, los monjes meditaron sobre las palabras del rabino y sus posibles significados:
¡Si!  el Mesías es uno de nosotros, ¿quién? ¿tal vez es el Abad?. ¿Si es uno de nosotros, sólo puede ser el Padre Abad quien nos ha dirigido durante muchísimos años… Pero tal vez, se trata del hermano Pedro; todos sabemos que Pedro es una luz de nuestra orden. Desde luego, ¡no es el Hermano Juan! El pobre está un poquito senil. Aunque pensándolo bien…nos fastidia con su chochez, pero casi siempre dice verdades muy profundas. En cuanto al Hermano Tomás, no, de ninguna manera,¡Tomás es tan pasivo! Sin embargo, tiene el prodigioso don de aparecer como por arte de magia cuando necesitamos algo. Entonces, tal vez, si, Tomás es el Mesías. Bueno de lo que no tengo dudas, es de que el rabino no se refería a mí, que soy una persona común y corriente…Pero…¿y si hablaba de mí? ¿si acaso soy YO el Mesías? ¡Dios, que no sea yo! No puedo ser yo. ¿No puedo?
En el curso de estas meditaciones, cada monje comenzó a tratar a sus Hermanos con un respeto extraordinario. Y empezó a tratarse a sí mismo con el mismo respeto, ante la remota posibilidad de que fuese el Mesías. La gente de la vecindad solía visitar el bosque dónde estaba el Monasterio: paseaban por sus senderos, se sentaban a meditar en la capilla; y casi sin darse cuenta, empezaron a percibir el aire de gran respeto que rodeaba a los ancianos monjes, se irradiaba desde ellos, e impregnaba la atmósfera del lugar. Era algo extraño y, a la vez, poderosamente atractivo.
Así, comenzaron a visitar el monasterio cada vez con más frecuencia, trayendo más y más personas al lugar. Paulatinamente, los jóvenes se acercaron a los Monjes, algunos eligieron ingresar a la orden y, en pocos años, la Orden floreció y el Monasterio se convirtió en un vigoroso centro de luz y espiritualidad.








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